¡Atención! ¡Piratas a la vista! ¿Que cómo lo sé? Porque estoy en lo alto de una atalaya.
Se construyeron durante los siglos XVI y XVII debido a los numerosos ataques de los piratas, que robaban y mataban para conseguir mercaderías, víveres y objetos de valor.
Estas torres servían para vigilar y avisar cuando los veían llegar, y también para defenderse y refugiarse.
Encuentra y dibuja el escudo de Can Ratés. Descubre su significado.
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Se conocen desde la época iberorromana, pero fue debido a los numerosos ataques de los piratas cuando la costa catalana se organizó para defenderse durante los siglos XV y XVIII.
Las torres de vigilancia se edificaron en lugares estratégicos y de fácil comunicación entre ellas. Servían como atalaya de observación, de defensa y también de refugio:
Además de las torres de vigilancia, algunos edificios se fortificaron (iglesia de Pineda de Mar, masías …) o se construyeron murallas (Mataró).
Finalmente, había torres más alejadas (aisladas o adosadas a masías) que también servían de vigilancia pero, sobre todo, de refugio. La mayor parte de las torres conservadas son de los siglos XVI y XVII.
La piratería es tan antigua como el comercio: los piratas eran ladrones del mar, que robaban y mataban para conseguir las mercancías, que luego vendían a otros. En ocasiones, también cogían personas para venderlas como esclavos o para obtener rescates a buen precio.
Los ataques a la costa catalana se remontan ya a la Edad Media y así lo constatan algunas de las torres más antiguas de la zona: la Torre de los Encantados de Caldes d’Estrac, el Castillo de Montpalau de Pineda, el castillo de pesar o el de Palafolls.
En esta primera época, los ataques eran de genoveses y franceses, pero también de los turcos o los berberiscos del Magreb (de ahí, que a menudo se conozcan popularmente como «torre del moro»). También había piratas a sueldo, que era cuando alguien encargaba a los piratas que robaran algo (llamaban la «guerra de corazones»).
De tantas torres que tenía, la costa del Maresme fue conocida como la Costa donjonada. Santa Susanna es uno de los municipios del Maresme que tiene más torres conservadas:
De modelo cilíndrico, es la que tiene el diámetro más grande y la que está más cerca del mar.
Los andenes del tren quedan al pie de la torre, lo que ilustra perfectamente la fusión de modernidad y tradición de la ciudad de Santa Susanna.
De planta cuadrangular. De finales del siglo XV y reformada en 1805.
Adosada a una casa señorial del siglo XVII. Todo este conjunto, junto con la inmensa piscina, varias salas y magníficos jardines son el escenario de diferentes actos culturales -la Feria mágica- y exposiciones pictóricas.
De planta cilíndrica y descabezada por la parte alta. Situada en la calle del Bou, junto a la plaza Lola Anglada y del parque del Colomer. Actualmente es propiedad de la familia Pi.
Por aquel entonces, el pueblo se llamaba Montagut de Mar.
Construido el 6 de octubre de 1938 por las brigadas republicanas, es de hormigón armado y está situado sobre una base de piedra. En el interior había una ametralladora.
Formaba parte de una línea de elementos defensivos (más de 50 bunkers) que construyeron los ayuntamientos republicanos de la comarca del Maresme para vigilar el territorio y defenderse de los aviones del bando franquista que venían desde Mallorca para bombardear Barcelona durante la guerra Civil Española (1936-1939).
Santa Susanna, entonces conocida como Montagut de Mar, tenía dos fortificaciones: una más grande situada estratégicamente cerca del arroyo (ahora desaparecida por la erosión del mar), y este búnker en la Playa de las Dunas.
Durante los años 40, el ejército los mantuvo como puntos de observación para defenderse de una posible invasión aliada (Segunda Guerra Mundial). Durante la década de los cincuenta, se convirtieron en viviendas de familias de inmigrantes. Poco a poco fue quedando en el olvido, hasta que en 2015 se recuperó el búnker como elemento histórico.
Ahora toca una de romanos, que vivieron por aquí hace unos 2000 años. ¡Qué listos eran! Construían estos puentes, pero no para que pasaran las personas, sino para transportar el agua. Este la traía desde la riera hasta la villa romana de Can Roig, 3,5 km más abajo.
Este acueducto también se llamaba Puente del Diablo, ¡qué miedo! Y por dónde va la Nacional II iba también su carretera, ¡que llegaba hasta Roma!
¿Qué nombre tenía esta larga carretera romana?
Restos de un acueducto romano que permitía salvar el desnivel de la riera de Pineda para transportar el agua desde la zona de Can Bufí hasta la villa romana de Can Roig y las huertas de los alrededores.
Se calcula que tenía una longitud de unos 3,5 km y que pasaba por varios torrentes. Actualmente solamente son visibles dos tramos: la Font del Ferro y Can Cua, que conserva cuatro arcos y parte de un quinto (29,30 metros de longitud).
¿Quieres ser un noble tú también? Dibújate dentro del castillo y ponte un nombre.
Fortaleza medieval de planta cuadrada (quedan algunos muros) donde en el centro se alzaba una torre cilíndrica, actualmente en ruinas.
Fuera del recinto amurallado están las ruinas de la antigua capilla del castillo, dedicada a San Miguel, documentada desde el siglo XII.
El territorio que dominaba el señor del castillo de Montpalau iba desde Arenys hasta Hortsavinyà. No era, sin embargo, la residencia permanente del señor; tenía una función de vigilancia y defensiva y más bien servía para intimidar al pueblo.
De su origen, solamente se tiene constancia que aparece mencionado en un documento del año 1089. Era de la casa condal de Barcelona y durante siglos fue cambiando de propietarios, siempre nobles:
Una inscripción en el dintel del portal de la iglesia de Pineda de Mar hace referencia al cruento ataque sufrido por la población el 1 de agosto de 1545 por parte de corsarios turcos capitaneados por el famoso Dragut.
Dice así:
“A 1 d’agost de MDLV a punta d’alba, XI galiotes de turchs posaren la gent en la plage; cremaren les portes de la sglesia e moltes cases, e mataren e captivaren LXX animas, pujant fins a casa de Palau. A migjorn se tornaren enbarcar. Per reparo dels poblats s’es fortificada sta sglesia de Pineda”
Pablo Gibert (Pineda de Mar1782) fue un bandolero conocido con el apodo del Mariner que sembró el terror en las comarcas situadas entre Barcelona y la frontera francesa, robando masías y a los viajeros.
Fue introducido en el mundo del bandolerismo por un tío suyo y tenía una banda formada, entre otros, por el Escabeiat, en Cua Llarga, el Musicot y Poca Roba.
En 1779 ya era considerado un peligro público y fue encarcelado dos veces, pero huyó. Finalmente, él y su banda fueron capturados en 1782 por un pelotón de 17 contrabandistas para conseguir la recompensa de 300 libras. El mismo año fue condenado a la pena capital. Una vez ejecutada la pena, la cabeza y la mano derecha de Pau Gibert fueron expuestos en la vía pública durante unos días, encerrados dentro de una jaula atada en la parte superior de un poste.
¿No sois unos turistas? Pues os han dedicado un museo. ¡Allá que vamos!
Mira, toca, juega, explora… Viajar es descubrir: descubrid el museo de una forma diferente y divertida con las visitas familiares y teatralizadas.
Propuesta museística única en el mundo. Un homenaje al turismo con el objetivo de mostrar de forma atractiva, didáctica y participativa la historia del turismo y sus efectos socioculturales y económicos a nivel global.
Es un paseo a través de la historia del turismo (desde las rutas de los primeros viajeros y exploradores hasta la actualidad del sector); una aproximación emocional a todo lo que el viaje representa con respecto al descubrimiento de nuevas maneras de hacer y pensar, el enriquecimiento que supone el hecho de viajar.
También trata de mostrar el turismo como motor económico, como escaparate de nuestra cultura y de cada uno nosotros, como reivindicador de nuestro patrimonio social y cultural; y es un espacio de investigación y divulgación con propuestas educativas y pedagógicas para el fomento de la cultura del turismo.
La leyenda de la loba de Calella trata de perros y lobos. ¡Descúbrela!
La figura de la Llopa que participa en el correfoc de la Fiesta Mayor proviene de una leyenda local de la primera mitad del siglo XX que satiriza los habitantes de Calella:
Un día, Quico de can Urrel·li explicó, exaltado, a la gente de la taberna, que había visto un lobo al bajar por el torrente de Can Comas. Y al cabo de unos días, que había visto dos lobos más. Alarmados, se decidió hacer una expedición formada por campesinos, voluntarios y unos cuantos somatenes (policía local) para ahuyentar las bestias. En medio de un campo de patatas encontraron las dos bestias tomando el sol. Dispararon contra ellas, de tal manera que una murió y la otra pudo escapar. El pobre animal muerto fue expuesto en el porche de la huerta del alcalde para que todo el pueblo lo pudiera ir a ver.
Una señora que vivía en una finca entre Sant Pol de Mar y Calella estaba desesperada porque había perdido uno de sus perros lobo que le guardaban la propiedad. Cuando el casero de la finca le explicó que en Calella habían muerto un lobo, la mujer se temió lo peor. Efectivamente, habían muerto su perra Lea.
Desde entonces, cada vez que se habla de los calellenses los pueblos de los alrededores, los ciudadanos exclaman «Calella, la Llopa!”
Paséate por este parque y encuentra el elemento sorpresa: un refugio de la Guerra Civil (1937) con cuatro largas galerías donde la gente se protegía de los bombardeos aéreos.
Déjame que te lo explique un poco más: el 18 de julio de 1936, unos militares quisieron acabar por la fuerza con el Gobierno de la República y provocaron la Guerra Civil Española (1936-1939). El ejército franquista atacaba ciudades y pueblos con aviones que tiraban bombas sobre la gente. Para protegerse, se construyeron por toda Cataluña miles de refugios antiaéreos, como este, y búnkeres con ametralladoras.
Este es el único que queda, pero… ¿cuántos refugios se construyeron en Calella durante la guerra?
Hazte una foto que demuestre que lo has encontrado.
¡Fíjate cómo hablaban! Ni móviles ni internet: con torres como estas se comunicaban desde Montjuïc hasta La Jonquera. Había un montón de ellas porque esta era ¡la número 214!
La comunicación por telegrafía óptica se realizaba colocando en distintas posiciones unas varas, que representaban números y letras. Una torre emitía un mensaje y la de al lado lo veía y se lo repetía a la siguiente.